RELACIONS
EL ABRAZO METABÓLICO
Le abracé para consolarle, y.… me
sentí... reconfortado. Pero también con esa sensación incómoda, de no tener
derecho a sentirme bien cuando, la otra persona estaba en un momento bajo. Me
sonrío, y me olvidé de mis tonterías. Estuvimos un momento en silencio; y luego
me dijo, - ¿vamos a tomar un café? Fuimos al bar de la esquina, y cuando tomé
el primer trago de café... me puse a llorar como un descosido. - ¿Qué te pasa?
Me preguntó. Le dije que no lo sabía, que me perdonara. Y entonces me abrazo y
luego me dijo: -es raro, te he consolado, y me siento mejor que cuando tú lo
has hecho ¡por mí!
-No te preocupes, dicen que tiene
que ver con el metabolismo, me alegro que estés mejor.
Aloisius
LA MADRE DE JUANMI,
EL PADRE DE JUANMI Y LAS RELACIONES PERSONALES
La madre de Juanmi, Felisa, tuvo
una vida muy dura que le forjó un carácter parecido a una fuerza de la
naturaleza, un huracán o tornado. Quería dos hijas y se tuvo que conformar con
dos hijos. Su voluntad indomable fue totalmente compenetrada con la bonhomía
del padre de Juanmi, Juan.
Lo peor que le podían decir a su
madre, y se lo decían mucho, era que "su hijo mayor es muy
inteligente". No, no me equivoco, querido lector. Porque a esa afirmación
innegable le seguía una ristra de opiniones subjetivas por parte de profesores,
madres de compañeros y vecinos: "... Y muy buena persona, y muy
sensible". Eso no lo podía tolerar. Identificaba esas dos
"cualidades" como vulnerables, como la especial Kryptonita de Juanmi.
Decidió que iba a ser su hijo favorito, y así se lo decía a todo el mundo,
porque la iba a necesitar toda la vida, en detrimento de su hijo pequeño,
Alberto, de quien decían era "más pillo, más sinvergüenza..." para
alegría de Felisa.
Felisa siempre repetía que Juanmi
era el más afortunado, ya que, aunque Alberto era el niño mimado por su padre,
ella iba a seguir viva décadas después de la muerte de Juan, muy castigado por
las enfermedades. Así, la madre preocupada se implicó, sin duda demasiado, en
la vida estudiantil, social y amorosa de su hijo mayor. Le protegería de las
malas personas, esas carroñas que se aprovecharían de Juanmi por ser,
simplemente, buena persona y tener un sentido innato de la justicia, como le
enseñó su padre.
En realidad, Juanmi se parecía
más a su padre Juan, que le inculcó todas sus grandes aficiones y actitud ante
la vida. Y Alberto, sin duda, tenía mucho más de la picardía y astucia de su
madre.
Evidentemente, Juanmi quería cada
vez más independencia de su madre, y chocaron cada vez más. Los amigos y amigas
del susodicho, los mejores y más fieles del mundo, sabían cómo tratarla: le
decían que Juanmi, que ya vivía sólo desde los 17, estaba bien. Simplemente
eso. Y Felisa confío en esos amigos porque le demostraron, una y otra vez, que
le querían y se preocupaban por él. Eso sí, salvo una chica de ojos verdes,
ninguna novia estaba a la altura de su hijo favorito. Y se le notaba. En eso sí
se parecían madre e hijo: se les notaba el desprecio por las personas que
avasallan, critican sin saber de lo que hablan, gritan e insultan, entre otras
muchas cosas. Había gente, muy egocéntrica, que "amenazaba" a Felisa
con que le dejarían de hablar, lo cual le hacía mucha gracia porque eso era lo
que quería, que desaparecieran de su vida. La diferencia era que su madre se
tomaba merecida venganza, nadie quería tenerla por enemiga, y su hijo, el
mayor, siempre confiaba en la justicia y responsabilidad, el pobre.
Felisa, defensora de su familia
propia y de todas sus hermanas de las que se hacía cargo, murió de un infarto
súbito, tales eran los nervios que acumulaba, comprando canelones en el Mercado
el día del cumpleaños de su hijo más querido y sobreprotegido.
Su marido le sobrevivió, en
contra de lo que ella pensaba y afirmaba. Vino muchísima gente a su entierro,
porque era tan temida como amada, y Juanmi supo que ninguna novia nueva y
posterior a su fallecimiento, podría llegar a conocerle bien sin antes
conocerla a ella.
Así, Juan se quedó como patriarca
de la pequeña familia. Asumió las responsabilidades de su esposa con su extensa
familia y, por primera vez, ejerció de padre y abuelo a la vez tras el
nacimiento de la chica más importante de su vida, su querida nieta Olivia,
nacida un año después de la muerte de Felisa, justo lo que ella más deseaba:
una niña.
Olivia y Juanmi visitaban
constantemente al yayo, que ahora no se llamaría Juan durante mucho, mucho
tiempo, y viajaban con él, de Sitges a Prullans, de Londres a Madrid, donde
residían los sobrinos del yayo, que ya era el último de sus hermanos.
Juan explicaba a Juanmi su
concepción de las relaciones personales, tan opuestas a las de su mujer:
Aguanta, le decía, y olvida las humillaciones, sobre todo si son de vecinos o
compañeros de trabajo con los que te verás obligado a convivir. Le repetía a su
nieta que el mundo estaba lleno de buena gente, porque si hubiera más
"malos" que "buenos" estábamos apañados. También le sugería
que, aunque no creyera en Dios, cuando se acercara la hora de la muerte se
confesara, por si acaso. Cuando le llegó ese momento, en efecto, se ocupó de
que llamaran a un sacerdote, pero murmuraba el "Padre Nuestro" porque
¡no se lo sabía!
Las enfermedades crónicas de Juan
empeoraron rápidamente tras el secuestro de su nieta y su total incomprensión e
indefensión. Su hijo mayor le cuidó largos años y compartió penas y desdichas
con él. Durante todo ese tiempo pudo hacer su árbol genealógico y escuchar
muchas historias que desconocía.
Los dos hijos de Juan le
protegieron de las malas personas en ausencia de Felisa. Juanmi nunca olvidará
cómo, un ex-contable cretino que se renovaba cada año como presidente de la
comunidad ante la inacción de los vecinos, y al que el yayo le tenía un respeto
referencial, entró en su casa para avisarle que tenía que renovar todo el
balcón porque, desde su ventana, veía que se iba a caer. Evidentemente, no era
verdad, además actuaba de modo individual y redactó un escrito, firmado por él,
para descargar de responsabilidad a la Comunidad si se caía una teja y asustaba
al caballo de un romano, como en "Ben-Hur". Juan, atemorizado y
vergonzoso, no sabía dónde meterse ante ese avasallamiento, que culminó con el
insulto de "loco" (que es un estigma muy peligroso, como ya sabía
Juanmi) seguido de "obtuso", que provocó la sonrisa de Juanmi porque
le recordaba a "Cadena perpetua ", uno de los films de referencia de
su hija, que utilizaba mucho el término.
Cuando Alberto, ante el disgusto
de su padre, víctima que se refugió en su habitación ayudado por sus muletas,
se abalanzó hacia Santiago, así se llamaba el felón, Juanmi recogió el escrito,
se interpuso entre los dos y le dijo a Santi, así, en diminutivo, que saliera
de su casa y nunca volviera a dirigirle la palabra a su padre, que ya se verían
en los juzgados. Eso sí, dió un portazo cuando se fue. Los dos hijos fueron a
consolar a su padre, que sólo repetía que ya nunca podría asistir a las
frecuentes reuniones de la comunidad, él, la víctima y que ahora reconocía que
su mujer e hijos tenían razón cuando le hablaban de la prepotencia del sujeto.
Él, una buena persona, no captaba los matices.
A las primeras reuniones, antes
de la inhabilitación para cualquier cargo público y la multa correspondiente
por daños y perjuicios de Santiago, asistió Juanmi y éste le dijo a su padre al
cabo de un año que ya podía asistir a las mismas, que Santi, en diminutivo, ya
no iría más. Y nunca le contaron lo que había pasado en realidad. Si todas las
cosas injustas se pudieran resolver así de bien..., pensaba el hijo mayor.
Juan tuvo un juicio personal
para, como abuelo, poder ver a su nieta. El cónclave de amigos y amigas de
Juanmi, además de su abogada, pensaba sólo sería un trámite. Pero dentro del
tribunal, Juan, sin denuncia alguna, tuvo que soportar cómo le llamaron
maltratador, violento ¡Violento Juan, que soportaba estoicamente los gritos de una
abogada fea! (así la bautizó él, fea por fuera, fea por dentro), cómplice de
omisión de socorro y muchas otras cosas peores que tenían eco en los también
gritos de la madre de su nieta. Cuando salió de la sala, Juan comentó a su hijo
que ahora entendía bien lo que estaba pasando y que no volvería a darle
consejos sobre relaciones. "Al contrario, papá, los necesito más que
nunca", le respondió él.
Juan murió sin ver resuelta la
sentencia final, que fue apelada por la parte contraria. Pudo confesarse, ver
la 14 Copa de Europa de su querido Real Madrid ("vosotros acabaréis viendo
más que yo", les profetizó a sus hijos) y ver el día anterior a su
fallecimiento "Espartaco" por enésima vez. Unos minutos antes de
cerrar los ojos, le pidió dinero a su hijo mayor para darle de merendar a su
nieta, que, en su imaginación, estaba a su lado.
Su entierro fue muy emotivo y
Juanmi leyó un repaso de las hazañas de su padre y lo que consiguió junto a su
madre.
Como hubiera querido Juan, su
hijo mayor, cada vez más deprimido, aprendió a no odiar a nadie, ni siquiera a
quien lo mereciera. Él no era un santo que nunca se aprendió el "Ave
María" como su padre. Pero de su madre aprendió a no olvidar los
avasallamientos. Y de sí mismo aprendió a confiar en la justicia, humana, divina
o superheroica. Tuvo que aprender, por las malas, que no siempre funcionaba,
que las personas tóxicas podían quedar impunes y, en el colmo de los colmos,
verse como "buenos". Y saber vivir con ello.
A su lado, siempre a su lado, sus
fieles amigos y amigas, nuevos y buenos compañeros y alguna que otra figura
respetada que también se preocupaba por él. Y el sinvergüenza de su hermano,
claro, que nunca dejó de ser un pillo para orgullo de su madre Felisa.
Cuando van a visitarlos al
cementerio, en ese lejano nicho del quinto piso, Juanmi les pone al día
mientras Alberto, más seguro, agarra una escalera para limpiarlo y depositar
nuevas flores. No les oculta ya nada, se desnuda ante ellos. Aunque sepa que
preferirían simplemente les dijera que estaban bien. Pero, quién sabe, cómo
diría Juan "quizá os estamos viendo desde alguna parte".
Juanmi, "el que voló
sobre el nido del cuco"
LAS RELACIONES
HUMANAS
¿Existe algo más complicado que las
relaciones humanas?
¡Deberíamos venir con instrucciones!
No hay dos personas iguales y es bien
cierto eso que dicen que cada persona es un mundo.
Hay veces que estamos especialmente
sensibles y creo que deberíamos avisar cuando nos sentimos así, como las cajas
que contienen objetos delicados y llevan la palabra "frágil" escrita
por todas partes.
Para mí, lo principal para que las
relaciones humanas funcionen es la empatía.
Dos personas pueden ser totalmente
opuestas en ideas, educación y creencias, pero si existe empatía y respeto
mutuos, todo fluye.
Pily Martín
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