MI MONITORA DE NATACIÓN
Mi monitora de natación, a la que veo cada jueves tarde, se llama Julieta,
lo que es un puntazo cuando eres tan shakesperiano como yo. Cuando me la
presentaron ya hace meses, pensé tenía que ser una buena persona. El nombre
condiciona mucho. Si me llamara Laertes estaría aprendiendo esgrima, por
ejemplo.
Mi monitora de natación, Julieta, se aprendió mi nombre desde el principio.
Yo, que también he sido profesor, la admiré por ello. Sí, sé que es un nimio
detalle, pero también es monitora para otra mucha gente. Un servidor podía
estar enseñando bases de datos cada día, durante meses, y no saber a ciencia
cierta el nombre de la mitad de alumnos/as. En mi caso, encontrar a un cinefilo
o comiquero (nunca encontré a nadie que leyera tebeos, es mi Santo Grial
particular) ayudaba a que tuvieran nombre. Y no, no era mal profesor, qué va.
Tenía limitaciones distintivas. Pero mis amigos ya saben olvido los nombres de
las personas que han recorrido nuestras vidas.
Mi monitora de natación, además, tiene un rasgo distintivo único: lleva
siempre un pantalón deportivo negro, por encima de sus rodillas, y siempre,
siempre, se lo arremanga en su pierna derecha. Y muy bien, por cierto, nunca se
le vuelve a bajar. Y eso me lo tomo como una caracterización perfecta, nunca lo
había visto. Qué buena idea para un guión! (la vida es un guión bien construido
o no). Yo, por ejemplo, llevo siempre en mi ropa algún detalle friki, aunque
sea en los calcetines. Como me dice mi Ángel particular, visto como un perpetuo
adolescente. Un Sheldon Cooper de la vida.
Mi monitora de natación, dentro de sus posibilidades, me hace un tratamiento
específico. Entre ejercicio y ejercicio gym, me deja nadar por mi canal,
mientras mis compañeros/as los acaban. A veces nos dice que podemos aprovechar
el jacuzzi (al pasado), pero sabe que me gusta nadar de croll y espalda. Me
resisto al estilo mariposa. Y sé que mi fuerte son los brazos y no las piernas.
Como nado sin gafas (las que resuelven mi miopía), veo sólo bultos y a veces
siento un pequeño maremoto a mi lado. Es siempre un compañero/a. Pero yo le doy
alicientes: me imagino que soy el barco Poseidon y una ola me da la vuelta. El
creer ser un transatlántico y no Gene Hackman requiere voluntad, ¿no creen?.
Mi monitora de natación, amable y dinámica, a veces nos impulsa a jugar a
waterpolo, deporte del que me borré cuando me pegaron un balonazo en la cara,
hace meses. Yo prefiero nadar, cual Burt Lancaster. Nado en la ida, me detengo
para memorizar dónde se encuentran mis compañeros y no chocar con ellos, y nado
la vuelta en mi carril (al que le ponen una señal conforme es lento, el carril
no es Flash). Sin prisas ni pausas, nado mientras mis pensamientos se
reblandecen y enquistan como una boya.
Mi monitora de natación, morena ella, simula siempre los ejercicios a
realizar. Lo cual agradezco porque es usual me olvide de ellos. Ya saben, lo
mío es nadar. Sin contar las vueltas ni las pistas recorridas. Nado sin llegar
a ningún sitio. Y no me canso, aunque el agua no sea mi elemento y pueda
esconder en su fondo el gran tiburón blanco. He aprendido a dosificarme. Y es
un puntazo no encontrarme con bicis y patinetes. Sé que algún día eso acabará
con las motos acuáticas, pero mientras tanto aprovecho.
Mi monitora de natación recuerda que me han operado y he estado un tiempo
sin ir. Y me saluda con un "bienvenido". Y me hace sentir bien, lo
que hace procure no faltar a su clase, venciendo mis recuerdos. En sendos
flashbacks, veo a mi hija y a mí jugando con anillas, churros y muñecos que se
mojan con nosotros (hola Chinito!). Me he quedado anclado hace ya cuatro años,
intentando disfrutar de nuevo con actividades que hacía en compañía de mi hija.
Por eso agradezco a mi monitora de natación sea atenta y diligente. Y que se
arremangue la mitad de su pantalón. A la misma altura, de igual manera. Lo
reconocible me da cierta confianza, cierta paz entre el constante maremoto que
me sacude.
Y Julieta besa a su Romeo intentando hallar un pequeño rastro de veneno en
sus labios. A mi hija le gustaría Julieta, mi monitora de natación, no en vano
era su obra favorita del bardo borrachín.
Al menos no encuentras distintos stratos sociales,cual Burt Lancaster (al k mencionas) encuentra en el nadador
ResponEliminaPues fíjate Koto que el recuerdo que tengo de El nadador es que las piscinas que nada para regresar a su desolada casa pertenecen a burgueses, por la zona y mansiones que gastan. No recuerdo hubiera diferencias de clases.
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