CHINITO
Chinito llegó a nuestras vidas como uno de los tres trillizos que compré en una tienda regentada por chinos cerca de mi piso. No hay ningún atisbo de racismo en su nombre. Sólo es que cada vez nos resultaba más difícil bautizar a los nuevos muñecos que llegaban a casa.
En realidad, los tres eran "chinitos", sin más. Tenía la estatura adecuada para salir con nosotros (a la altura de los otros jerarcas, Cuetas, Lala y Po), una amplia sonrisa y era calvito, como un bebé, claro. Sus brazos, extendidos como si estuvieran siempre preparados para darte un abrazo. Sus pies, descalzos y perfectamente formados. Llevaba puesto un body blanco a modo de gran pañal.
A mi hija le entró por los ojos rápidamente. Insisto, eran tres. Pero pronto sólo quedaría uno. Como quiera que íbamos mucho a la piscina a jugar y nadar, a Olivia le gustaba llevar a los tres hermanitos, a los que enseñabamos natación y bucear. Así era en nuestra Zona Recreativa y en el Vilar Rural al que acudíamos, así como en Sitges y Prullans.
Allí, en la piscina, pasaban mucho tiempo mojados, y eso repercutia en su perfecta conservación. Mi hija no era tonta, y conocedora de la erosión del agua, no "sacrificaba" a sus muñecos, a sus amigos favoritos. Además, niños y niñas de su edad acostumbraban a jugar con nosotros y los pobres chinitos se encontraban en medio de estirones, hundimientos y abrazos masivos. Aunque luego gozaran de un merecido descanso tomando el sol, pronto sus costuras empezaron a fallar.
Pronto, a uno de los hermanos se le cayó un brazo. A otro, su propia cabeza. Fueron momentos gore terribles, porque siempre pasaban en el agua. Aunque intentaba auxiliarlos, sus daños eran irreversibles.
Y, como en "Los inmortales", pronto sólo sobrevivió uno. Y mi hija decidió que, tras haber sobrevivido a tantos castigos, era hora de que ingresara en el Panteón de los elegidos. Era hora de que pasara a ser uno de sus "alumnos" preferidos.
EL TRAJE AZUL
Hubo, además, un hecho relevante que contribuyó al desarrollo de su personalidad y que lo distinguió de los demás. Po, el primer muñeco, el Adán de sus semejantes, había sufrido grietas en su rostro después de tantos años de acompañar a mi hija. Y Olivia preguntó pronto si existía en Barcelona un experto en arreglarlos, en operaciones estéticas, vamos. Como el anciano que trata a Woody en "Toy Story 2". Tal era el cariño que profesaba a aquél al que alimentaba con papillas cuando contaba, Olivia, no el pobre Po, con menos de un añito de edad.
Y sí, claro que existía. Y era una mujer. En una tienda dentro de las Galerías Malda, sometieron a Po a una serie de retoques que volvieron a otorgarle un rostro perfecto. Y, como lo tuvimos que dejar una semana convaleciente, cuando volvimos a recojerle, nos acompañaron Cuetas y Chinito. Porque mi hija vio cómo vendían también vestidos para casi todos los (pequeños) tamaños de cada muñeco.
A Cuetas le compramos tres vestidos muy cuquis. Po estaba mejor desnudo que vestido. Y para Chinito encontramos un precioso pantalón / camiseta / chaqueta azul, del que ya nunca se desprenderia. Y ese fue el toque definitivo. Chinito era ya uno de los escojidos.
Tuve que desarrollar su carácter propio. Iba a ser un crío un poco revoltosillo, contestón, un poco indolente. No se esforzaba mucho en los estudios e incordiaba a los demás compañeros. Pero tenía un gran corazón. Sólo le tenías que dar un poco de cariño para que su coraza de rebelde sin causa se desmoronara y corriera a abrazarte. En realidad, era un poco el contrapuesto a Cuetas, una brillante estudiante a la que había que animar para que emergiera su vena juguetona. No todo en la vida es el estudio. Cuando nos levantabamos y era festivo, o estábamos de vacaciones, cada mañana Olivia y yo inventabamos aventuras para ellos. Y mi hija hacía dibujos por ellos, firmando con su nombre.
Es curioso, durante mucho tiempo, la obsesión de la madre de nuestra hija era que Olivia jugara y se divirtiera, como si a mi lado no lo hiciera... Los dos, padre e hija, nos quedábamos de piedra ante esos avisos (proferidos con una voz elevada y preocupada) y mandatos a Olivia en los breves e innecesarios encuentros que teníamos sus padres.
La verdad es que, creo, mi hija se lo pasaba bomba conmigo. Y con sus amigas, que también participaban de nuestros juegos. Caray, todas empatizaban y se llevaban muy bien con Chinito. Hay que reconocer se hacia muy rápido con la gente, tenía ese don. Nos acompaña al cine, al teatro, a talleres... Cuando mi hija era todavía pequeña, también nos acompañaba en nuestras comidas. Si estábamos fuera y comíamos en algún restaurante, pizzeria o buffette libre en los hoteles, siempre llevábamos un pequeño plato donde ponerle manjares (que yo me comía, por supuesto). Así era más fácil que mi hija tomase alimentos que no le gustaban demasiado. Como Chinito compartía sus gustos gastronómicos, si él hacía un esfuerzo en comerse todo, Olivia tenía que seguir su buen ejemplo y ser un buen referente.
Y es que mi hija (ahora no lo sé) quería ser maestra. Y todo lo que aprendía en el cole, se lo transmitía y enseñaba a sus muñecos / alumnos favoritos (los que no seguían el ritmo de la clase, iban a refuerzo, a otro nivel no tan exigente). Así, Olivia les enseñaba en la pizarra lo aprendido, luego les ponía exámenes (utilizando el Word o Excel), yo rellenaba las respuestas y ella, finalmente, los corregía. Y a veces les metía alguna bronca que otra, y yo tenía que hacer pedagogía y decirle que esa no era manera de enseñar.
Esa rutina hacía que, aparte de ayudarla con sus deberes, estuviera muy al tanto de lo que iba aprendiendo y, más interesante, cómo se lo enseñaban. Porque ella repetía el modelo que seguían sus profesoras. Y no crean, lectores, también era un aprendizaje para mí el hacer exámenes, o redacciones, o análisis de texto, respondiendo según los puntos fuertes y débiles de sus muñecos / alumnos. Si Cuetas era un hacha en mates, Chinito tenía una gran creatividad no muy bien canalizada. Olivia guardaba sus pruebas religiosamente en sendas carpetas con su nombre. Y luego, hasta Chinito (éste en septiembre) pasaban de curso como ella. De trimestre en trimestre.
Evidentemente, a cada año que cumplía Olivia (a mi lado cumplió 10), la intensidad de sus juegos no era la misma. Poco a poco, sus "chicos" (como les llamaba) ya no nos acompañaban a todas partes. Salíamos con sus amigas del cole y no tenía que desdoblarme cual ventrílocuo para hacer frente a tantas personalidades y voces distintas. Cuando salíamos de casa sin ellos, eso sí, siempre se despedía y les decía que se portaran bien. Pero, ley de vida, ya eran pocas las veces que comían con nosotros o jugaban con ella al ajedrez (Lala era un monstruo del juego, la ponía en más apuros que yo). Lo que permanecía inalterable, hasta el final, eran sus estudios y lecturas. Y es que Olivia seguía leyendoles historias para que hicieran redacciones y contestaran a preguntas sobre ellas.
Mi padre, hermano, amigos frikis y algunos padres también participaron activamente de esas vidas imaginarias. Los saludaban y preguntaban cómo estaban y cómo habían pasado la semana. Todos éramos cómplices de sus aventuras. Al fin y al cabo, todos eran siempre de menor edad que Olívia, de ahí su ascendencia hacia ellos.
EL CURSO INTERRUMPIDO
Y un día, abruptamente, el curso se interrumpió y quedó inacabado. Los chicos de mi hija se quedaron sin profesora, solos. Muchos esperan su regreso en mi trastero, donde mi amigo Uri y yo les llevamos. Y sus favoritos, incluido claro está Chinito, la aguardan en su habitación, en su cama. Fieles hasta el desaliento.
Y cada noche, el subdirector de su cole, es decir, mi menda, les da las buenas noches y les sigue pidiendo paciencia. Quizá un día Olivia sonría cuando les vuelva a ver. Como yo, seguro se pondrán muy contentos.
Mientras tanto, ahí está Chinito, esperándola, con sus brazos bien abiertos. Y sigue sonriendo como el primer día que llegó a nuestras vidas.
Chinito es amigo d William? El bardo Bretón borrachín también tenía sus aventuras
ResponEliminaJe, je, je. Pues sí, Chinito es amigo del bardo bretón borrachín... Tienen caracteres parecidos, muy vividores.
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