El nido del cuco 23-03-2021


 

MI PRIMERA CITA FORMAL

¿A donde van los besos que no se dan?, cantaba Víctor Manuel. Siempre me ha gustado creer que se guardan en una especie de biblioteca de besos imaginarios, que dan lugar a realidades alternativas que también están glosadas en libros, en biografías no escritas donde se detalla qué hubiera sido de nosotros si hubiéramos dado esos besos que no se pierden.

Curiosamente, ya conté aquí una ocasión en la que no me atreví a dar uno de esos besos que cambian una vida (sí, así de importantes son). Al ritmo de una Lambada. Existe otro momento en que no di uno de esos besos que debería haber dado (o intentado, también existen los besos frustrados). Podrá pensar algún lector que este humilde cronista recuerda más los besos perdidos que los dados. No, no es así. Recuerdo todos los besos que he protagonizado durante mi vida. Recuerdo el primero, por ejemplo, que más bien me dieron: yo ejercí de actor secundario porque la protagonista fue la actriz. Beso tardío, creo. Empecé tarde, pero cogí carrerilla desde entonces.

Lo que intento expresar es que, para mí, los besos son muy importantes. Más que el acto sexual en sí, más que descubrir por primera vez "Ciudadano Kane", más que releer "Enrique V", más que admirar los dibujos de Mazzucchelli en "Batman año uno", menos que ver reír a tu hija. Ese momento de comunión, de deseo, de encuentro entre dos personas es la pura expresión de lo que es vivir. No necesariamente del amor. Pero sí de compartir, de entender que sólo nos desarrollamos en los demás, que formamos parte de una sociedad. Caray, no nos podemos besar a nosotros mismos (al menos en la boca). Esa necesidad de otra persona, que coincida contigo en la determinación de unir los labios, la sigo encontrando fascinante.

En resumen, que sí, que atesoro todos los besos que he tenido la suerte de dar y recibir. Besos tiernos, apasionados, a trompicones con gafas chocando, técnicamente mejores o peores, con estrépito... Y echo a faltar dos que no me atreví a dar. Ésta es la historia de ese segundo beso no consumado.

LA UNIVERSIDAD

He vuelto de la mili (sí, la última promoción) y retomo los estudios en la Universitat Autónoma de Barcelona. Gracias a Alan Moore (no personalmente, es que es un semidios para mí), se ha modificado el plan de estudios y puedo pasar a cuarto curso con asignaturas pendientes del primer ciclo (ese catalán que cogí voluntariamente en primero y que me acompañaría hasta el final de la carrera, en sexta convocatoria, en "el primer juicio" que tendría, ahora que pienso).

Mis compañeros / as de primero ya no seguirán conmigo. Además, escojo el horario de tarde para poder combinarlo con mi trabajo en una entidad bancaria. Son muy buenos tiempos.

Vengo de un gran regusto de mi mili (sí, tuve la suerte de hacer buenos compañeros, visitar muchos lugares, correr aventuras varias y estar en buena forma física), tengo dinero, ilusión por estudiar, conduzco mi segundo batmovil y hasta me encuentro atractivo, deseable. Son tiempos de seguridad, de confianza, de matrículas de honor. Son, junto a ese mítico COU con mis mejores amigos y mis mejores amigas aún por conocer, los mejores años de mi vida. Lo más complicado de esos momentos, mi relación tortuosa con mi madre. Pero eso es otra historia que quizá cuente alguna vez con la esperanza de expresarme bien y resultar ameno para alguien que me lea. Ahora, no dudaría en contar a mi madre todos esos besos y ella seguro se alegraría.

Son tiempos, pues, de amores y besos (la confianza en uno mismo es fundamental para ello).

En una carrera con amplia mayoría de chicas guapas e inteligentes, me integre con facilidad en un grupo de cinco chicos que formábamos piña y casi un grupo de estudio. De esos con los que realizas trabajos colectivos, nos prestamos libros y apuntes y charlábabamos en el bar sobre nuestros deseos amorosos y laborales. Vamos, que siempre tenía garantizado un asiento en clase al lado de ellos. Eso, camaradas, otorga también mucha seguridad: pertenecer a un grupo unido (en mi entonces reciente mili también formé parte de un Grupo Salvaje en el que yo sería William Holden¹).

Como quiera que iba siempre en coche a Bellaterra, encontré a una chica rubia, con gafas y muy interesante a la que recoger en Meridiana y llevarla a la Uni. Susana, cabello recogido, ojos verdes, alérgica a las fotos. Pronto intuí le gustaba. Y ella también me gustaba a mí. Pero conocí a otra chica que me llamó mucho la atención. Y, para pesar mío, tenía que focalizar esa atención en una sola persona. Era un hombre fiel, de una sola mujer. Aunque ni siquiera estuviéramos juntos. 

Se llamaba, se llama, Mónica. Era rubia, cabellos largos, menuda, pizpireta, con una contagiosa sonrisa y destilaba alegría por todos sus poros. A veces la llevaba a Cerdanyola, donde vivía. Aún recuerdo el camino a su casa.

Era también amiga de Susana, la cual, sin cortarse un pelo, me preguntó un día si me gustaba la chica de Cerdanyola. Sí, le contesté. Y ella me respondió si me había dado cuenta que le atraía mucho, que esperaba pudiéramos llegar a algo más. Sí, claro que me había fijado. Pero iba a pedirle una cita a Mónica, le confesé. Siempre recordaré su extraña expresión al aludir a esa cita. Supongo que ya estaba demode esa palabra, ese concepto.

Muchos años más tarde, con el auge de webs y portales de citas, se volvió a poner de moda. Quién me lo iba a decir.

¹ No sería la última vez que me identificara con Holden. Muchos, muchos años más tarde me compararían con gran malicia con el personaje que interpretaría en "El crepúsculo de los dioses". 

LA CITA

El caso es que nunca había pedido formalmente una cita. Jamás. Mis besos hasta entonces eran fruto de la espontaneidad.

Estaba sentada sola una tarde, esperaba ese momento y abandoné a los chicos para sentarme a su lado, sin folios ni nada, de manera provisional. El profe no había llegado. Conversaciones se cruzaban entre sí. Le saludé y le pregunté si quería que fuésemos al cine ese sábado. Solos, le aclaré. Me sonrió y me preguntó si íbamos a ir a la multisalas de Cerdanyola. No, no, le contesté. Quería que no fuera algo habitual en ella, que fuera algo especial. Sería en un cine de Barcelona ciudad. "Claro que sí". El caso es que, como siempre sonreía, no note si le hacía tanta ilusión como a mí, no percibí ningún cambio visible en ella. Pero me había dicho que sí. Y no empleé la palabra "cita".

Era miércoles y ya esperaba ansiosamente el finde. La recogería a las cinco. Escogía yo la peli. Como aún no dominaba sus gustos cinéfilos (en esa época aún no preguntaba pronto por ellos), elegí un film comercial pero con empaque, con solidez. Mis botas y un chaleco me acompañarían. Sonaba La Frontera en mi radiocassette.

Era un sábado, a las cinco de la tarde, y la vi bajar del piso de sus padres. Estaba deslumbrante. Un ajustado jersey, una minifalda que me dio a conocer por primera vez las (segundas) piernas más bonitas que había visto nunca y zapatos de tacón que convertían a la chica menuda en gigantesca, poderosa. Una preciosidad que entró en el batmovil y me dio dos besitos castos en la mejilla. Y me sonreía. No se esforzaba en ello, era un faro de luz que iluminaba más que los de mi propio coche.

La encontré tan guapa, tan deseable, que me puse un poco nervioso. Me sentía halagado y a la vez inseguro.

Y charlamos durante el camino hacia la plaza Catalunya sobre country, sobre exámenes del primer trimestre, sobre creatividad y sobre cosas que nos gustaban. Le confesé me gustaba lo bien que me sentía a su lado y ella hizo una broma sobre mi chaleco. Mis amigos se reirían después de cómo los llevaba incluso en verano.

Aparqué en un parking y caminamos hacia la calle Pelayo. Me resultaba extraño caminar separados sin cogernos la mano. Supuse que algún chico se giraría para verla caminar con esos largos tacones, imaginaba era la envidia de los mismos, pero estaba ocupado sólo en hacerla reír. Y lo estaba consiguiendo.

Llegamos al cine, le desvele la película que había escogido y compré las entradas. Recuerdo no le apeteció palomitas ni refrescos. A cada minuto me parecía más perfecta.

ALGUNOS HOMBRES BUENOS

Nos sentamos con las butacas vacías a nuestra izquierda y derecha y sin nadie delante. Pensé nos proyectaban el film en una sesión privada.

La verdad es que no estaba concentrado en ver las cuitas de Tom Cruise. Estaba pensando sólo en cuando cogerle la mano. Y no tardé mucho. Como vi la tenía apoyada en el brazo del asiento, aún no había aparecido Nicholson (pensé que si salía me distraería) cuando se la cogí. Pero ella la retiró inmediatamente. Chasco absoluto. Decepción. Pues tendré que prestar atención a la pantalla. Qué remedio.

Y por fin aparecía el histriónico Jack cuando, sólo unos minutos más tarde, fue ella quien me cogía mi mano y la depositó de nuevo en el brazo del asiento. Me la apretó mucho. Y lentamente fue abriéndola para acariciármela con sus dedos. Muy, muy lentamente. Y yo la correspondí, y nuestros dedos se tocaban, se deslizaban los unos con los otros y emprendían un baile improvisado, sin melodía. Pareció el tiempo detenerse. Dejé de ver nada en la pantalla mientras ella introducía uno de sus dedos en mi boca y recorría mis dientes mientras yo se lo chupaba. Qué excitación, qué sensualidad. Volvíamos a hacer manitas y ahora ella era quien me chupaba mis afortunados dedos. Y así estuvimos, enfrascados en caricias, hasta que Nicholson gritó "tú no quieres saber la verdad" y nuestras manos se separaron, como anticipando el final de una peli que, gracias a Moore, se me hizo larguísima. 

¿Cómo voy a olvidar esos instantes? 

Salimos del cine y tenía la imperiosa necesidad de coger su mano. Pero no lo intenté. Aún no sé porqué. Fuimos a cenar y de nuevo sólo me preocupé en hacerla reír. Su sonrisa perenne se convertía en carcajada.

Era muy de noche cuando regresamos a Cerdanyola. Cuando paré, al lado de su bloque, se desabrocho el cinturón, se giró hacia mí y me preguntó "Bueno, ¿ahora que hacemos?". Y en ese momento, en vez de cogerle de nuevo la mano e intentar besarla, en vez de decirle que estaba loco por ella y sólo pensaba en besarla, en vez de confesarle que nunca me había importado menos un film y que aún sentía sus dedos en mi piel, en vez de.... Sólo le dije que nada, que nos veíamos el lunes.

Y salió de mi coche. Y sé que muy extrañada. Porque su última sonrisa tenía un leve rictus de decepción. O eso creí ver.

Y en la larga vuelta a casa sonaba La Frontera: "Al final de la noche desaparecere, sin saber porqué". Qué tristeza. Qué cobarde.

Y podéis pensar que aún tenía ocasiones para enmendar mi error. Que aún faltaban dos largos trimestres para comentarle lo tonto que había sido al final de la noche.

Pero al cabo de unos días, en la misma clase, conocí a la chica morena que más amaría. Y la besé (o nos besamos) cuando tenia que hacerlo, cuando era el momento. Al poco de encontrarnos. Y estuvimos cinco años juntos.

Si hubiera besado antes a Mónica no me habría ni fijado en esa chica de cabello corto y negro. Y como nuestro beso no dado formó parte de ese imaginario alternativo al que me refería, en otra realidad la abracé y mezclamos nuestros labios de manera pasional.

Y no me invitaría años después a su boda. 

Y eso me recuerda que aún le debo un regalo por ello. Siempre he pensado en dárselo y volver a verla. Y rozar sus dedos de nuevo.

 

Comentaris

  1. Yo cometí el error en una cita d adolescent,d llevar a la xica a una peli q me gustaba. Darkman. No la llegue a ver bien. D esa xica no me acuerdo ni su nombre, en cambio d la peli si, pero la vi a medias...craso error.

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  2. Me has hecho reír, Koto. Claro, en una primera cita adolescente no se puede ir a ver una peli que sabes te va a gustar porque a lo mejor ni visionas una sola escena!!!! Y no recuerdas la chica pero si el film!!! Eso da para un buen relato que te animo a escribir.
    Y sí, de Darkman también soy fan. Pero mira, siempre que Dan por TV Algunos Hombres Buenos, me acuerdo de la chica que, gracias a Moore, no me dejó ver.

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  3. Yo en mi primera cita con mi mujer, fuimos al cine a ver "En qué piensan las mujeres" marzo de 2021 y me quedé dormido. La actitud ideal para una primera cita.

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