El nido del cuco 12/02/2021

 



 APUNTES PARA UN EMBARAZO

 

LA PRECUELA - I PARTE

Cuando fui joven y rebelde-buscando-causas me dejé fascinar por la estética rocker. Era un fan de Elvis y de todas aquellas pelis juveniles ambientadas en los campus universitarios americanos de los 50. Canciones inocentes e ingenuas basadas en tres acordes inundaban mis sueños adolescentes.

Evidentemente, el estreno de “Grease” me cautivó. Coleccioné el álbum de cromos. Compré la fotonovela del film. Su banda sonora en dos cassetes comprados en El Corte Inglés (que un día vendió cassettes, sí). Memoricé la película en una época en la que aún no conocíamos el vídeo. Se la conté a mi primo cuando mi padre (que no entró) me acompañó el fin de semana del estreno al cine Paladium de mi barrio (qué triste es buscar referencias en el Google del cine al que has asistido a casi todas las sesiones míticas de tu infancia y no encontrarlas).

Y un día, en el típico festival de fin de curso, pude interpretar al mítico Danny Zucko en una versión muy sui-generis del musical. Enfrente, la chica más explosiva de aquellos maravillosos años interpretaba a Olivia Newton-John, a Sandy. Ese festival fue mítico. Básicamente porque me rompí el brazo izquierdo en el número final, al apoyarlo en el suelo bruscamente. Quizá allí acabó mi carrera de rocker bailarín y quizá también allí podrían haberme apodado “Don Cristal”. Pero eso, claro, querría decir que mis compañeros serían visionarios. 

El caso es que, en aquellos años de chupas de cuero y cazadoras universitarias rojas, no sabía que una Olivia cambiaría muchos años después mi vida.

Y para entonces yo ya había leído los mejores años de los cómics de Popeye. Y había adorado a Olivia de Havilland y su despedida de Errol Flynn en “Murieron con las botas puestas”. Y todavía no era el shakesperiano feroz que hoy soy. No había leído aún “Noche de reyes” (ni sabía de la existencia de su protagonista, Olivia).

Son los 80 y bailo Greased’ligthin creyéndome un pájaro de trueno.

Dos décadas después la madre de mi hija recordaría una antigua compañera suya de pequeña llamada Olivia.

Hoy una ecografía de mi hija resbala de mis dedos y creo ver una nariz puntiaguda.
El círculo se cierra. El tiempo no es lineal para el Dr. Manhattan. Para mí tampoco.

 

LA PRECUELA - II PARTE

Mi madre era todo un (excesivo) carácter. Una mujer adelantada a su tiempo. Intuitiva, inteligente, moderna y observadora porque sabía adaptarse y estar a la última. Bueno, a algunas cosas no se adaptaba porque también era hija de su tiempo –ese condicionante pocos podemos superarlo-.

Nació en un pequeño –muy pequeño- pueblo castellano del que renegó siempre, harta de que sus gentes señalasen a quien fuera distinto a la masa uniforme o a quien tuviera alguna tara física, como fue su caso. Ese hecho, las burlas y lo difícil que para ella resultó ser la casi-pequeña de una familia numerosa, marcarían para siempre su carácter.

Trabajó mucho toda su vida. Dejó los estudios pronto por ello. Cuidó especialmente de su madre y su hermana pequeña. Porque los roles entonces se repartían por quién nacía antes o después. Y a mi madre no le tocó el más grato.

Ella entendió su vida, pues, como una lucha constante. Defendió a los suyos con uñas y dientes. Y dividía rápidamente a los demás en amigos y enemigos. Podías pasar de un bando a otro con suma facilidad.

Era mujer de muy pocos matices, pues. Pero en su simplicidad radicaba su fuerza. Cuando se proponía algo, no cesaba hasta conseguirlo.

Sus hijos tenían que conseguir todo lo que ella no pudo. Empezando, claro, por la educación.

También quería para ellos un hogar.

Y una buena chica que supiera hacer absolutamente de todo, incluso fontanería y albañilería.

Y a mi madre, por si no ha quedado claro ya, no todo el mundo le caía bien. Por tanto, nadie era lo suficientemente bueno para ella. Ni sus hijos. Algún amigo y amiga íntimos sí (hola Julio, hola Ángeles!). (1)

Cuando la conocías y sabías tratarla, mi madre se convertía en tu mejor aliada. Yo aprendí tarde. No era un reto fácil, eso sí.

La echo mucho de menos.

Murió un día que yo cumplía años. En el Mercado, comprando canelones, la comida favorita de su hijo mayor. Yo volvía de Granada, de ver a un gran amigo (hola Emilio!). Mi primo y hermano me esperaban en el aeropuerto para comunicármelo.

Ella siempre quiso una hija. Y si pensaba en nietos, su gran disgusto hubiera sido que fuera un varón, como le pasó con sus hijos.

Yo entiendo a Olivia como un triunfo póstumo de mi madre. Al fin y al cabo, nunca cesaba de luchar por lo que quería.

(1) Una querida amiga se quejó de que llamara a mi amiga "nena" en otra entrada. Corren tiempos difíciles para un rocker, aunque a mi amiga / hermana le guste que le llame así. Yo soy su "nene", que quede constancia. 

 

EL PRIMER DÍA

En la mañana del 12 de Octubre, viernes, me encontraba de vacaciones. Alojado en un hotel de Sitges, viendo pasar el enésimo Festival de Cine desde hacía… buff… muchos años.

El Festival ya había comenzado hacía más de una semana. Y ya había visto unas 20 películas, si incluyo esos maratones nocturnos-zombimaníacos para los cuales empezaba a ser viejo. Días calurosos, de un post-verano eterno.

La madre de mi hija tuvo mucha paciencia con mis aficiones. Y, en casi todos los casos, procuró apasionarse también por ellas. El anterior fin de semana ya pasó conmigo unos días en el idílico pueblo-costero-con-iglesia-kingkoniana viendo pelis como “Nocturna” y “Rec”.

El jueves pude ver en el Auditori una frikada-coreana-westerniana a altas horas de la madrugada. En la mañana del viernes, me levanté temprano para ir a esperar a la madre de mi hija en la estación de tren. Me duché y a las nueve y media ya estaba allí.

Dejamos su maleta en el Hotel y caminamos hacia el Auditori, con la mejor sala de proyección de Barcelona. Allí nos esperaba, fiel, mi amigo cineasta y escritor, con su flamante carnet de prensa, dispuesto a ver su enésima presentación de films (empezaba a mostrar preocupantes ojeras, no todo el mundo gozaba de vacaciones). El no nos acompañaría a ver la frikada matinal: la última película del director de culto Takeshi Kitano, “Kantoku Banzai”, inclasificable y delicioso film, lleno de sentido del humor y autoparodia. 

Comimos en Sitges con mi amigo. En un japonés, muy apropiadamente. Y debo añadir que también muy tranquilamente. Fuimos a descansar al hotel y volvimos a emprender el camino hacia el Auditori. Nos esperaba “Los cronocrímenes”, ingenioso film español de corte fantástico. Como sea que nuestro viejo compañero ya la había visto, compartimos con él unas croquetas en el bar del Auditori a la salida, estando convencida la madre de mi hija que habían infinitos Karras Elejalde en la peli a causa de sus contínuos viajes en el tiempo (nosotros, frikis ya talluditos y supongo más crédulos, estábamos convencidos que sólo eran tres). De hecho, se lo podíamos haber preguntado al mismo Elejalde, que estaba a nuestro lado –en el día de su cumpleaños- degustando cerveza tras cerveza.

Momentos después, el mismísimo Rutger Hauer me negaba un posado para una foto replicante.

Por la noche, mi entonces pareja y yo cenamos muy bien en un bonito bar, entre la Iglesia y el Hotel. Paseamos y nos fuimos a dormir, que el sábado teníamos una agenda muy cargada (entre otras cosas, nuestro reencuentro con Hauer).

Recuerdo cada momento de esa jornada. Nos lo pasamos muy bien. 

Sólo 8 días después supe que no volvería a ver a mi madre. Exactamente 20 días más tarde supimos que Olivia venía a nacer con nosotros.

La primera peli que vio, en el vientre de su madre, fue Blade Runner. Mi amigo se dio cuenta que algún diálogo lo había copiado alguna vez sin darse cuenta. Nuestra acompañante no entendió porqué era un film de culto. Luego cambió de opinión.

 

ALCANZANDO EL CIELO

Siempre soñando en los cielos, le decía Judas a Jesús.

En cuanto supe que iban a estrenar una nueva versión del mítico “Jesucristo Superstar” en Madrid, me lancé a comprar las mejores entradas que pude. Cuadre mis vacaciones. Íbamos a ir durante el Puente de Todos los Santos.

En una empresa en la que trabajé, mis compañeros y yo escuchábamos cada día varias canciones del musical de Webber. Sobre todo de la legendaria versión castellana de Camilo Sexto. Por lo menos, un tema de la versión cinematográfica, casi siempre el tema inicial que Carl Anderson borda como el Judas más soulero que puedas imaginar. Y también varios de la versión nipona de Keita Asari. Sí, lo sé. Estábamos enfermos.

La pasión de Jesús músicada a ritmo de rock. Con corrupción, abuso, amores prohibidos, traiciones y castigos. Todo ello con un riff de guitarra que marca al narrador de los hechos, ese atormentado y –al mismo tiempo lúcido- Judas.

 

Entradas en primera fila para el viernes 2 de Noviembre. No quería tener cabezas gesticulando delante de mí. Reservamos una más para una amiga de la madre de mi hija, que casualmente esos días estaba en la capital.

 En los siguientes días a la compra, veo trailers en el canal de Youtube de la obra. No me gustan: los actores parecen excedentes de “Operación triunfo”. De hecho, algunos lo son. Poncio Pilatos –lo más obvio- parece un coronel israelí. Judas parece un blandengue. Y Jesús me parecía ensombrecido bajo la estela de Camilo.

Pasa el Festival de Sitges. Pasa Granada. En el día de mi cumpleaños, el mundo se derrumba. El día de Todos los Santos aparece como lo que es: una gigantesca broma. Pero después de pensarlo y hablarlo, la madre de mi hija y yo embarcamos hacia Madrid.

Directos al Hostal de las oposiciones y los seminarios.

Es el Madrid de la ampliación del Prado y la desorganización del Centro de Arte Sofía. El de la tala de la Thyssen. El Madrid de los desayunos opiosos y los churros nocturnos.

El Jueves noche ya vamos al Teatro Lope de Vega para inspeccionar el terreno. Para recoger las entradas. Para hacerme las fotos frikis de rigor. Para pedir un Cd que aún no ha salido. Para comprar el merchandising que luego no sabré dónde ponerlo.

Pierdo la esperanza: veo nuevos vídeos y creo que la obra debe seguir la estela del entonces éxito teatral basado en las canciones de Mecano. Supongo que los responsables de la puesta en escena se han preocupado más en intentar justificarse de porqué vuelven a representarla (en un tiempo de claro y normal laicismo) que de intentar atraer al público joven con la obviedad: en la obra, no se apuesta por un Jesús divino. Es un Jesús profundamente humano, con dudas, tormentos, ira, que se rodea de marginados y que sabe que su lucha contra el poder (político y religioso, no lo olvidemos) finalizará con su muerte. Una obra que opta por dar voz a la ex prostituta y al apóstol cuyo nombre quedará asociado para siempre a la traición.

Y el viernes compro el programa, el sencillo y el extra. Y la sudadera. Y me acomodo. Y hago fotos. Y les explico a mis acompañantes el Nuevo Testamento (nunca pensé que no conocerían hechos como los mercaderes del Templo, por ejemplo). Les aviso: no habrá diálogos. Ay. Van también a la expectativa.

Público talludito. Nostálgicos como yo. Pocos jóvenes. Yo en medio de mis dos acompañantes, para atender ruegos y preguntas.

Empieza puntual la obra. Los actores, claro, no bajan de ningún autobús para representar la Pasión. Y llega rápido mi número favorito, con su riff característico. Y ahí es donde me cautivan. Ignasi Vidal –un catalán haciendo de Judas- interpreta con convicción al torturado personaje. Miquel Fernández –otro catalán, éste Jesús el nazareno- se esfuerza lo indecible (incluidos bufidos ante el castigo físico que sufre, el pobre). Y Lorena Calero borda la voz de María Magdalena. Bueno, aquí se impone la paridad, que entre los apóstoles hay mayoría femenina. Ya en la calle nos habíamos encontrado al también catalán (casi pleno) Roger Pera que dio vida a un burlesco Herodes.

A mis dos acompañantes la obra también les cautiva. Les hace gracia la voz aflautada de Anás. Los fuegos artificiales del número final asustan a la madre de mi hija. Las palabras de Jesús llamando a su madre en la cruz me hieren el alma.

A por los churros nocturnos en calles que siempre están bulliendo. La madre de mi hija comenta que Judas le gusta como nombre, que le cae bien. Que Jesús le ha parecido empanado. Pobre Señor.

Retirada al hotel. De madrugada, la madre de mi hija se hace la prueba de embarazo. Yo mismo le digo que lo haga en ese momento, que estamos imbuidos del poder divino. Seguro que sale positivo.

Unas horas después, me despierta con la noticia: “Estoy embarazada!”. Estaba seguro de ello. La madre de mi hija espera impacientemente una hora más decente para llamar a su madre.

En un hostal de Madrid, sabemos por primera vez de la existencia de Olivia. La mañana ella la pasará a su teléfono colgada. Ventajas de tener una familia numerosa.

Olivia se anunciaba entre canciones de Jesucristo Superstar. Se engendró durante el Festival de Sitges y parecía esperar a presentarse con el eco de Heaven on The Minds.

Su primer concierto oficial, en el vientre de su madre, será en la sala madrileña Clamores, donde oirá al mejor Ruibal. Al día siguiente aún tendrá tiempo de sorprenderse ante un histriónico Quique San Francisco. Y en medio descubrirá las pinturas negras de Goya y las alargadas fisonomías de El Greco.

Olivia deja a sus futuros papás soñando en los cielos.

 

STEAK WELL DONE

Supongo que todo padre recuerda el momento en que anunció a sus seres queridos su embarazo.

Mi familia aún estaba destrozada por la pérdida repentina de nuestra matriarca. Esperé unos días para decirles la buena nueva porque quería se alegrasen mucho y no pensaran tristes en que era el mayor deseo de mi madre.

Mientras tanto –recuerden: soy hombre de confeccionar listas- paladeé el cómo le diría la noticia a mis amigos más frikis. 

Uno de mis cómics favoritos, dentro del género superheroico, es el crepuscular “Kingdom Come”. Una historia que habla de viejos héroes que regresan de nuevo a la acción para poner fin a los desmanes de una nueva –y perdida- generación y enfrentarse por última vez a sus antiguos enemigos y a sus propios miedos no vencidos.

En su epílogo, Wonder Woman y Superman intentan sorprender a Batman con la notícia de su embarazo en un restaurante. Piden respectivamente agua, leche y café. Mientras toma un bistec, bien hecho, el mejor detective del mundo les chafa la sorpresa.

Desde que lo leí, supe que esa era la manera de comunicar la noticia. No todos son tan mitómanos como yo, claro, por lo que primero tenía que conseguir que refrescasen la memoria volviendo a leer el cómic: campaña al canto (“creo que deberías releerlo”).

Después preparé el terreno. Un viejo restaurante íntimo, conocido por todos nosotros. La madre de mi hija sería cómplice. A mí, evidentemente, me tocaba el papel de Superman.

Los reúno a todos. La Liga de la Justícia al completo.

Pido leche y mi pareja en aquél momento agua. La primera pista. ¡Leche antes de cenar!. El viejo cortometrajista protesta: “¡Pero si tú eres Batman! ¡deberías pedir café –en dosis abundantes-¡”. El más veterano del grupo sospecha. El viejo galáctico no se atreve a decirlo. Pido bistec –muy hecho-. La madre de mi hija brindará por los viejos amigos y continúa con la actuación: “tenemos que deciros una cosa…”. Y... es entonces cuando Batman suelta “estás embarazada” ante el estupor de los padres. 

Aquí, en la realidad, es la madre de mi hija quien tiene que completar la frase. La timidez hace que los viejos héroes no se atrevieran a adelantarse. 

Poco tiempo después, en el bar de un hospital, pedí leche antes del menú de mediodía. Cuando mi pareja les dijo a mi hermano y prometida que teníamos que anunciarles una cosa, él, casi sin inmutarse, le contestó “¡estás embarazada!”. Y sin tener que pedir bistec muy hecho.

 

ESCUCHANDO CORAZONES

La mañana que escuché por primera vez el corazón de Olivia fue gris e invernal como a mí me gustan.

Toda comadrona tiene en sus manos un artilugio mágico capaz de hacer ver y escuchar a los futuros papás a sus hijos. Con esa varita mágica se convierten en hadas benignas.

Costó un poco ver a Olivia (que entonces no sabíamos seguro se llamaría así). Pero con las coordenadas exactas y un poquito de ampliación (hola Blade Runner!), fui el primero en verla. Moviéndose furiosamente, a un ritmo funky. Supongo que los movimientos espasmódicos pueden ser catalogados de varias maneras: poperos, souleros, rockeros, reggetones…. Los de Olivia fueron funkeros. Bueno, su madre opinó que fueron flamencos. Dejémoslo en un James Brown acompañado a las palmas por un Duquende, va.

Ví y oí por primera vez a mi hija casi al mismo tiempo. Latidos fuertes, constantes, rítmicos. Y –lo juro- me vino a la cabeza los sones del Zaratrusta de “2001”. Y sólo entonces entendí uno de los misterios de la película: la evolución del hombre consiste, paradójicamente, en el regreso al útero materno. Porque ví a Olivia y paladeé el futuro, vislumbré la esperanza. Era mi evolución. Era alejar un poquito más el fantasma de la muerte porque Olivia ya vivía como una prolongación de nosotros.

Ver –y escuchar- un electro es como entrar en el mítico monolito. Te ves a tí mismo en esa habitación exquisitamente decorada. Pero eres un yo mejorado, libre de prejuicios y con todo por aprender.

El día en que escuché por primera vez el corazón de Olivia (al fin y al cabo, nos estaba dejando claro lo muy bien que se lo estaba pasando, aunque la molestáramos con una luz) ví mi propia evolución, como aquél astronauta protagonista.

Y así, la epopeya kubrikniana quedó reducida a lo que –me gustaría pensar- es su trama mínima: un monolito, un ente, que ayuda a mejorar la raza humana. Cuántas veces he leído y escuchado que nuestros hijos siempre serán mejores que nosotros. Son una nueva esperanza, como Star Wars IV.

En mi caso, también Olivia me hará un poco mejor, me hará tener más fe. Y así enlazamos con Jesuschrist, por si hacia alguna falta. Como le pasa al Dr. Manhattan de Watchmen, el tiempo no es lineal, todo sucede a la vez.

 

EL NOMBRE

Dicen que el nombre condiciona a la persona. Que un Héctor estará destinado a grandes hazañas. Que llamarse Alan facilita el convertirse en genio. En todo caso, nuestro nombre es nuestra carta de presentación, forma parte de nuestra piel.

Friki como soy, el nombre de mi hijo había dado muchas vueltas a mi cabecita repleta de viñetas, imágenes, canciones y poemas. Sabía, a mi pesar, que llamarle Bruce, o Peter, o Billy, sería condicionarle, sí, pero atado a un ejemplar del “Amazing Spiderman”. Y quizá de sus páginas no saldría.

Llamarle Kirk o Clint sería inyectarle fotogramas directamente a su sangre. Sería convertirle en asiduo de los Meliés (adeu, cines de entonces) y no de la Maquinista. Pero me temo que son las mascotas quienes han copado esos nombres cinéfilos anglosajones (e italianos, yo conocí a un perro llamado Vito, como el patriarca Corleone).

Quedaba la opción shakesperiana. Próspero o Laertes. Mas los tiempos ya no entienden de lírica, y sí de burlas fáciles entre compañeros.

Para el nombre de mi hija, dudaba entre Laura (mi amiga Amparin se me adelantó) y los nombres también shakesperianos de Ofelia o la Olivia de "Noche de Reyes".

Y un día mi entonces pareja decidió apostar fuerte por Olivia como nombre femenino. Y nos pareció muy bien a los dos. Si el bebé era un varón, yo tenía censurado todo nombre friki o fuera de época (en realidad, me hubiera autocensurado yo mismo, no penséis mal).

Y mi madre empezó a dirigir el cotarro allá donde esté (me gusta pensar que está donde ella quiere). Y el destino cobró nombre de mujer.

Costó mucho ver perfectamente esa ecografía concreta, parte de un estudio más amplio. Preguntaron si queríamos saber el sexo del bebé. Su madre dijo que sí.

“Será una niña”, dijeron.

Y Olivia anunció su llegada a golpes –de nuevo- de corazón. 

 


 

Al fin y al cabo, el gran dibujante Segar estaría contento. Y un viejo marinero con sendos tatuajes en sus bíceps también. Si su adaptación al cine fue un gran fracaso comercial (que no acabó con la carrera del incipiente Robin Williams, pero sí casi de Robert Altman), Olivia sigue viviendo en los antiguos comics.

Y es flaca. Ingenua. Decidida. Es un encanto.

Y se desmaya después de despedirse de Custer, que le dice que ha sido un placer cabalgar a su lado.

Y se disfraza para protagonizar una vieja comedia teatral de enredos.

Olivia, pensaba entonces, sería la heredera de mis colecciones.

Pero no tiene porqué apreciar todo lo que ama su padre. Ella, en cambio, sí será todo lo que él amará por encima de todo.

Le gustará lo que a ella le apetezca. Será lo que quiera ser. Que será, seguro, mucho mayor que la suma de todos los tebeos de su padre.

 

(Para lo más importante de mi vida, esperando lo sepa) 

 

Comentaris

  1. Espero q un día pueda leer tu hija esta precuela dl film d su vida,tan detallada y llena d homenajes.....

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  2. Gracias Koto. He intentado hacer un poco partícipes a mi gente querida de aquellos momentos.
    Como ese hermano un poco detective.

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  3. Por cierto, la foto censurada es maravillosa.

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